miércoles, 16 de diciembre de 2020

La cláusula "chimenea". #cuento #navidad

“Si no va esa frase, no firmo”, disparó Noemí. 

La venta de su casa, a esa altura, se acercaba a imposible. La “cláusula chimenea” era, a la luz de las palabras, protagonista de la batalla final. 

La identidad de un pueblo, sus memorias y rituales habitan como tinta indeleble en la piel de sus vecinos, encargados ellos de fomentar su larga vida. 

Ese símbolo navideño trabado en la chimenea, en lo alto del techo, artesano de sonrisas en niños y grandes, presentaba cartas credenciales ante la posibilidad de venta de la casa y – en consecuencia – del fin de una era. 

¿Sin Noemí ya no habría Papá Noel estancado en los cielos de esta Santa Patrona de los Vecinos? 

Desde su silla de ruedas y señalando con su bastón, Noemí se batía a duelo por “la cláusula chimenea”. 

Aún con toda la plata en la mesa, ella rechazaba la venta por una simple decoración.

¿Simple? ¿Decoración? 

El comprador buscaba entenderla desde la razón, plaza equivocada donde frenar. 

“Cada 8 de diciembre, se deberá armar la instalación navideña en la chimenea, con los insumos consignados en el presente anexo, según foto de referencia. La intervención artística deberá permanecer hasta el 6 de enero incluido”, decretaba desde el hielo la “cláusula chimenea”.

“Pago un 30 por ciento más de plata, y eliminamos esa exigencia”, ofreció el comprador. 

“Deme un 30 por ciento menos, pero me garantiza que la tradición se mantiene”, respondió Noemí.

Y así fue. 

Menos plata. Más memorias. Menos ingreso. La tradición eternizada. 

Las campanas de la iglesia, a lo lejos, celebraron el acuerdo. Algunas familias, en la puerta de la inmobiliaria luciendo gorros de Papá Noel, aplaudieron el trato. Un autobomba decorado de Navidad recorrió las calles haciendo sonar su sirena en señal de agrado.

El pueblo, feliz, prendió sus luces de fiesta. El futuro aseguraba noches buenas. 

La chimenea de Noemí, y un Papá Noel torpe y encastrado, vivirían para siempre. 

sábado, 27 de junio de 2020

#cuento - Un brillo oscuro.


UN BRILLO OSCURO 

Mis ojos, en plena oscuridad de la noche y en el silencio del cuarto, intentaban identificar la claridad que me orientara hacia la puerta. ¿Dónde estaba parado? ¿Qué pasos debía dar para llegar a la llave de luz?

Despertarme abruptamente y en el medio de la noche es un trámite engorroso. En los instantes siguientes, mientras logro hacer foco en una señal que me rescate del abismo, mi cabeza es una mezcla de sonambulismo, borrachera berreta e hiperventilación.

Esta vez, además, potenciado por la urgencia del caso.

Un fuerte ruido a chapas que golpearon entre sí, junto a hierro inestable, frenadas y sirenas son motivo suficiente para salir disparado. Vértigo que se frena al instante, cuando inicio mi ceremonia de reubicación.

¿Estoy mirando hacia la ventana? ¿De frente tengo el cuadro? Si camino cinco pasos y giro a la derecha, llego a la puerta y a la bendita llave de luz?

Decido confiar y avanzar en el circuito básico. Me choco con el placard. Despierto a mi mujer. Me pregunta qué pasa. Si apenas puedo confirmar que estoy de pie, ¿cómo explicar el resto?

Mientras tanto, los sonidos de sirena aumentan, y comienza a entrar en mi cuarto una luz roja intermitente que me permite encontrar el polo norte de la habitación.

Abrazado a ese faro del fin del mundo, logro encontrar la silla en la que descansa sin riesgo de interrupción mi ropa del día. Me cubro con ella y comienzo a seguir la huella de la luz roja.

Todo indica que ese ruido, y las posibles consecuencias, deberían serme ajenas. En el frio de una noche de junio en el hemisferio sur, la casa de techos altos y espacios grandes presenta sus máximas credenciales invernales. Lo siento en mis pies descalzos, y en las paredes de la escalera, que uso para apoyarme y bajar sin riesgos, con prisa, sin pausa, con chance de pena, y definitivamente sin gloria.

Al llegar a la puerta, desde la ventana que da a la calle, observo muchas personas a la altura de mi casa. ¿Qué hacen que no están durmiendo? ¿Qué otro plan mejor para un martes que ya es miércoles, para un otoño que ya es invierno, en una noche que ya no va a volver a ser?

Cuando miro el cuadro completo, puedo ver las rejas de la puerta de nuestra casa, las dos que dan marco al garage externo, derribadas en el piso. Allí adelante, en medio de la calle, nuestro auto, como objeto de atracción. Rodeado por espectadores curiosos, policías y personal de ambulancia.

“El freno”, pensé. “Pusiste el freno del auto, estás seguro?” retumbó inmediatamente en mi cabeza.

Sin dudarlo, agarré las llaves y me entregué a las luces del estadio. La barranca que hay en la mitad del tramo final desde la puerta de mi casa fue un duro escollo que sortear, descalzo, en invierno y en una noche de humedad

“El auto es suyo?”, me preguntó el oficial Galarza.

“Correcto, es mío. Mató a alguien, chocó a alguien? Dígame que no”.

“No. Esto fue un milagro. Guárdelo. Y suerte con las rejas”, me recomendó Galarza, a quien ya conocía de algunos otros episodios menores del pueblo.

Me subí al auto y volví a guardarlo, pasando por arriba de las rejas. Me preocupaba más el espectáculo ante la vecindad que la salud de las rejas. Cuando atravesé la barranca y llegué al lugar plano, donde habitualmente guardo el auto, me aseguré de que todo quedara como para evitar un nuevo episodio. Guardé las rejas.

Entré a mi casa, y deshice el camino inicial, esta vez ya más entero y seguro. Cuando alcancé la puerta de mi cuarto, la oscuridad volvió a marcar el ritmo.

Dejo la ropa en la silla. Giro a la izquierda. Camino 5 pasos. Entro a la cama en silencio, intentando burlar al destino.

“Qué había pasado?”. Una voz femenina, desde las tinieblas más oscuras de la humanidad, me hace la pregunta que se clava en mi alma como una daga ardiente.

“Nada. Un choque en la esquina”, respondo, con la paz del que ya se rindió.

jueves, 10 de enero de 2019

Pancho Varona y los secretos de cocción sobre las canciones de Joaquín Sabina

DONDE NO HABITA EL OLVIDO

Aquellos que han seguido – y siguen – al cantautor español Joaquín Sabina a lo largo de su trayectoria, bien saben que detrás de esas palabras, versos, rimas y melodías que ya son parte del patrimonio musical histórico español, se percibe el discreto pero imprescindible y decisivo rol de Pancho Varona.

Peregrino ladero del artista andaluz desde los tempranos 80s, Francisco José López Varona ha mantenido – a pesar de ello – su propia identidad y lugar en el mapa musical de España, conservando un recorrido propio y siendo, a la vez, co - autor o incluso autor de muchas de las melodías que transformaron a la obra de Joaquín Sabina – y de otros referentes de igual tenor - en una referencia de marcas indelebles para casi tres generaciones.

Desde que las giras con Sabina son más espaciadas, o a partir de la propia necesidad de – en una etapa de balances y disfrutes sobre una extensa carrera – compartir con quienes han acompañado a lo largo del tiempo la evolución de su música, Varona viene ofreciendo a esa feligresía sabinera un producto hecho a medida: las “Noches Sabineras”, un ritual para fanáticos, con la intimidad de amigos que se conocen de toda una vida.

Ahora en 2019, este guitarrista y compositor que es autor junto a Sabina de canciones como Aves de Paso, Ahora Que, Ciudadano Cero, Con la Frente Marchita, Contigo, Eva Tomando el Sol, Y Sin Embargo (por mencionar sólo algunas de los muchos himnos compartidos con los que se identifica al artista español), ha decidido dar una muestra más de generosidad para con aquellos – muchos – que llevan en sus venas la emoción de la poesía del autor de Peor Para el Sol (también de factura junto a Varona): “Lo que nadie sabe de las canciones que todos sabemos”.

“Lo que nadie sabe de las canciones que todos sabemos” es una serie de cápsulas de video de 5 minutos aproximadamente, en las que en un entorno íntimo y con un grado de naturalidad genuina, Varona cuenta los secretos de la creación de muchas de las canciones compuestas junto a Joaquín Sabina. Un producto dedicado a sus seguidores pura sangre.

Lo cuenta con detalles de trastienda, con anécdotas sabrosas y guiños de composición musical que dejan satisfechos a todos. Es una puerta de entrada al inicio de la historia musical de canciones eternas, relatadas por quien estuvo allí, no solo como testigo, sino como protagonista y artífice.

En simultáneo con su actual gira Ruta 52, que lo lleva por las distintas provincias de España en pequeños reductos de no más de 50 personas, y a 4 meses de volver a visitar Buenos Aires con su show “Historias de Canciones” - altamente recomendable tanto para seguidores de Sabina como para aquellos que valoran la armonía de las palabras y su refugio en los acordes perfectos -, Pancho Varona regala al público sabinero los trucos que anidan en las joyas de su arcón.

Ahora que Sabina ha decidido negarlo todo, Varona todo lo cuenta sobre lo que nadie sabe de las canciones que todos sabemos.

Un lujo. Una ofrenda inesperada. Una invitación a las sombras de la creación. Una razón más para confirmar que en la obra musical de Sabina, con Varona en movimiento, difícilmente habite el olvido.